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En un día de mayo, explenido, mi pareja y yo paseábamos por Niza. Habíamos llegado
el día antes en una escapada de las nuestras. Escapadas de lujo, las llamábamos, aunque
deberíamos haberlas llamado de lujuria. Nos íbamos a un sitio fantástico, a relajarnos
a nuestra manera. Y eso quería decir una cosa, sexo, y del bueno. Estos viajes tienen
sus propias reglas. No son solo un escarneo sexual cualquiera, un polvo de viaje de trabajo
